Su nombre científico es “microbiota” y desde no hace mucho tiempo se le conoce como nuestro “segundo cerebro”. También es la flora intestinal y está compuesta por bacterias y virus (y hongos, amebas y otros patógenos). De manera paradójica, algunas de las enfermedades que hoy nos asolan puede que tengan su origen en un mal estado de ella, la microbiota, que comienza a considerarse un “superórgano”.
Lo primero sería explicar cómo funciona nuestro interior, sobre todo el que “trabaja” con los alimentos que le proporcionamos. El intestino delgado recibe la comida del estómago y continúa la descomposición del alimento iniciada en el segundo. Las paredes absorben los nutrientes, que pasan al torrente sanguíneo y se apartan los desechos, que van al intestino grueso, donde se forman las heces.
El intestino delgado mide entre seis y siete metros, ¿es difícil de imaginar algo así dentro de nosotros verdad? El grueso, el segundo intestino, tiene un metro y medio aproximadamente.
Es nuestra “vida interior”. El intestino es un espacio húmedo que posee una temperatura estable, un espacio ideal para los microorganismos que lo habitan que en él se alimentan de las vitaminas, aminoácidos, ácidos grasos y azúcares que les proporcionamos a diario.
El 90% de la fauna microbiana que vive en nuestro interior compone la microbiota, que recubre las paredes y vellosidades de nuestro intestino.
Nuestra microbiota intestinal contiene 100 billones de microorganismos, incluyendo como mínimo 1.000 especies diferentes de bacterias. De hecho, la microbiota intestinal puede pesar hasta dos kilogramos.
Un dato relevante es que solo un tercio de nuestra microbiota intestinal es común a la mayor parte del resto de población, mientras que los otros dos tercios son específicos en cada persona. Es pues como el carnet de identidad personal. En nuestro organismo hay más vida microbiana que células.
A nadie parecía interesarle un mundo así pero desde que se ha comenzado a investigar nos vamos dando cuenta de que el alzheimer, el parkinson, la esquizofrenia o el autismo podrían tener su origen en el intestino. ¿Quién no ha sentido dolor de estómago durante una situación de gran ansiedad o nerviosismo? Como cuenta El País:
Se ha demostrado, por ejemplo, que ratones tranquilos que recibieron trasplantes de microbiota de otros más ansiosos, se volvían más aventureros. El neurocientífico Gerard Clarke, de la Universidad de Cork, en Irlanda, ha investigado su influencia en el estrés.
En un estudio realizado con 22 personas sanas descubrió que quienes habían recibido una bacteria presente en el yogur (la Bifidobacterium 1714) padecían menos estrés, registraban niveles más bajos de cortisol en sangre y sus habilidades cognitivas estaban más afinadas que las de los individuos que habían recibido placebo”.
Nuestra psique está principalmente controlada por el cerebro. Pero la importancia de la microbiota es tal que el 95% de la serotonina y el 50% de la dopamina se producen en el intestino delgado. Por eso los estudios recientes documentan que en parte la irritación, la ansiedad, la depresión o la llamada hiperactividad están relacionados con la salud intestinal.
Michael Gershon, investigador de la Universidad de Columbia (Estados Unidos) publicó en 1999 su obra, no traducida al español The second brain (El segundo cerebro), de referencia en este ámbito pues en ella definió cómo funciona el sistema nervioso entérico que se llama a todo lo que estamos contando sobre la microbiota.
Ese segundo cerebro está compuesto por capas de neuronas ubicadas en las paredes del tubo intestinal y que contiene unos 100 millones de neuronas.
Ese cerebro no es un órgano de ideas o pensamientos pero sí que tiene importancia clave en las emociones y sentimientos. Así que eso de que el estómago “se cierre” en una situación estresante o que parezca poblado de mariposas ante el amor también tendría una explicación científica.
Otro día trataremos sobre cómo influyen los alimentos que ingerimos en nuestra microbiota.
Ecoportal.net
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