miércoles, 1 de octubre de 2008

Los peligrosos Transgénicos

Los trans que???



Productos transgénicos: algo extraño le ocurre a nuestros alimentos


En los últimos años, la manipulación genética de los organismos vivos ha pasado de ser una historia de ciencia ficción a convertirse, literalmente, en el pan nuestro de cada día.


En Uruguay se está cultivando soja transgénica desde 1999. En julio de este año se aprobó el maíz transgénico BT Mon 810 y se encuentran a estudio otros cultivos. La nueva tecnología genética se nos "vende" como la tecnología "del futuro", pero se nos impone HOY, sin haber dado tiempo al tiempo para evaluar sus peligros y sin opción a opinar. De hecho, como el 60% de los alimentos procesados contienen derivados de la soja, en los estantes de los comercios de alimentos ya están presentes productos que contienen transgénicos sin saberlo, ya que en Uruguay no es obligatorio el etiquetado con esta información.


Las organizaciones que llevamos adelante la campaña "DEFENDER EL URUGUAY NATURAL ES DEFENDER EL URUGUAY" tenemos serios temores sobre efectos de los alimentos transgénicos en la salud pública y el ambiente.


¿Qué es la manipulación genética?


La manipulación genética consiste en el reordenamiento de los elementos básicos de la vida, tomando parte del material genético de un organismo e insertándolo en otro. Se "corta" el gen al que se le atribuye que expresa determinada característica de un organismo, y se lo transfiere y "pega" (transgénesis) en otro organismo no emparentado con la finalidad de transmitirle esa característica genética. Existen ya zanahorias y tabaco con genes de luciérnaga, maíz con genes de escorpión, lechugas con genes de tabaco, papas con genes de lenguado.


La ingeniería genética parte del supuesto de que cada rasgo específico de un organismo está codificado en uno o algunos genes estables específicos, de manera que la transferencia de esos genes tiene como resultado la transferencia de un rasgo separado. Esta forma extrema de determinismo genético ha sido rechazada por numerosos biólogos y círculos intelectuales porque no tiene en cuenta las complejas interacciones entre los genes y sus ambientes celulares y extracelulares, así como los ambientes externos que intervienen en el desarrollo de todos sus rasgos característicos. Cambiar el entorno de un gen puede producir un efecto en cascada de cambios imprevisibles que podrían ser perjudiciales, por ejemplo en términos de seguridad alimentaria, ambiental o de salud.


¿La manipulación genética no es acaso igual que los métodos de mejoramiento?


NO. Porque:


* la manipulación genética recombina material genético entre especies que tienen muy poca probabilidad de intercambiar genes de manera natural.


* los métodos de mejoramiento mezclan distintas formas de los mismos genes (alelos), mientras que la manipulación genética introduce genes completamente nuevos (exóticos), con efectos impredecibles sobre la fisiología y bioquímica del organismo huésped. Desde hace 2.000 millones de años las especies vienen evolucionando, se vienen separando. Una papa se desarrolló muy lejos de un lenguado. Cuando los dos se mezclan artificialmente no es posible saber qué ocurrirá con la cadena evolutiva.


* las transferencias de genes se hacen a través de "vectores" que actúan como vehículos, que tienen serios riesgos: derivan de virus y elementos genéticos móviles causantes de enfermedades, están diseñados para romper las barreras de las especies, contienen genes que han desarrollado resistencia a los antibióticos.


¿Quiénes manipulan los genes y para qué?


Los principales proponentes de la manipulación genética son los grandes laboratorios trasnacionales de las "ciencias de la vida", como Monsanto, DuPont, Novartis, Syngenta etc., que están empezando a explotar los nuevos avances en biología de diversas formas, trazando el marco económico para el próximo siglo de la biotecnología. Sus innovaciones van de la mano de las patentes, con las cuales se apropian de la materia prima de la nueva era económica. La conquista ahora se realiza en el campo molecular y las inversiones han sido tan enormes que la necesidad de retorno es implacable. De ahí las presiones y la urgencia para introducir los productos transgénicos.


Los genes son utilizados en diversos campos comerciales -energía, medicina, etc.- pero es la agricultura el rubro en el que el nuevo comercio genético tendrá mayor impacto. Aunque hay muchas aplicaciones de la ingeniería genética en la agricultura, el enfoque actual de las investigaciones está concentrado en desarrollar cultivos tolerantes a altas dosis de herbicidas, fabricar toxinas insecticidas, generar resistencia a ciertos virus, retardar su descomposición o lograr que sean más uniformes. O sea que el centro de interés principal de la investigación en ingeniería genética no apunta a obtener cultivos libres de agroquímicos sino variedades resistentes a estos, ya que es más barato adaptar el vegetal a la química que la química al vegetal (el costo de desarrollar una nueva variedad de cultivo raramente llega a los 2 millones de dólares, mientras que el costo de un nuevo herbicida excede los 40 millones).


Son las empresas productoras de herbicidas las que han creado cultivos transgénicos tolerantes a sus propios productos. La soja transgénica Roundup Ready es de Monsanto, el laboratorio que a su vez produce el herbicida químico Roundup.


La propaganda dice que los cultivos transgénicos redundarán en un aumento de productividad para el productor y una reducción de la dependencia de, agroquímicos, pero las estadísticas indican que en los cultivos transgénicos aumentó el uso de agroquímicos. Las proyecciones al respecto demuestran que el aumento de la producción será sólo a corto plazo, ya que por ahora no se paga patente por la semilla, y que declinaría en el mediano plazo, con el inconveniente de que el agricultor se encontrará a esa altura totalmente dependiente de las compañías, en cuanto a semillas, insumos y mercado.


Los consumidores no se beneficiarán en absoluto con los productos transgénicos: no serán más baratos, ni más sabrosos ni más saludables. Los cultivos de alimentos manipulados genéticamente no ofrecen ningún beneficio al consumidor, y los peligros son desconocidos e irreversibles y los sufren el medio ambiente y la sociedad en su conjunto.


¿Qué riesgos tienen los cultivos transgénicos?


Si bien en los últimos años las investigaciones para crear nuevos productos agrícolas transgénicos han tenido un ritmo vertiginoso, en contraste, la marcha de las investigaciones sobre sus posibles consecuencias ha sido de una lentitud pasmosa. Por tanto, es imposible vaticinar a largo plazo los efectos que tendrán estos nuevos cultivos en el medio ambiente y nuestra salud, además de las consideraciones sociales, económicas y comerciales.


* Riesgos ambientales


Los riesgos son similares a los que se enfrentan cuando se introduce un organismo exótico al hábitat de un país. Existe un riesgo ambiental imposible de calcular: la contaminación biológica. Frente a esa invasión de microorganismos con una capacidad de mutación absolutamente desconocida, el viejo peligro de la contaminación química o nuclear empalidece, ya que en este caso se trata de la contaminación del ambiente por un ser vivo con capacidad reproductora.


Se señalan los siguientes riesgos de la ingeniería genética:


*Disminución de la biodiversidad. Multiplicar plantas idénticas lleva a perder diversidad genética, un precioso capital hereditario cuya pérdida sería irreversible.


*Creación de supermalezas. La potencial transferencia de genes de cultivos resistentes a herbicidas a variedades silvestre pueden crear supermalezas si se producen cruzamientos entre ellas. El resultado sería que habría que aplicar herbicidas aún más potentes que el anterior, causando mayores impactos ambientales y a la salud humana. A su vez, la propia planta transgénica resistente a herbicidas se convierte en una supermaleza en caso de invadir las áreas circundantes al cultivo.


* El uso de plantas resistentes a herbicidas aumentará el uso de estos químicos que contaminan suelos, agua y alimentos.


*El uso de plantas a las que se ha insertado el gen de una bacteria (por ejemplo, el Bacillus thuringiensis - BT), que produce toxinas para plagas de la familia de los lepidópteros (por ejemplo, lagartas), aumenta el riesgo de que aparezcan resistencias a estas toxinas.


* Plantas resistentes a virus pueden facilitar la creación de nuevos virus que provoquen enfermedades más severas.


* Plantas que producen sustancias tóxicas como insecticidas (en el caso del maíz BT, tiene incorporada en la planta una sustancia que actúa como plaguicida en contra de la lagarta), pueden presentar riesgos para otros organismos del ecosistema, aunque éstos no sean el objetivo para el cual fueron pensados dichas sustancias. En el caso del maíz BT, la lagarta contra la que actúa el insecticida incorporado ni siquiera existe en Uruguay.


* Riesgos a la salud humana


Los genetistas han relacionado el surgimiento tanto de bacterias patógenas como de resistencia a los antibióticos, con la transferencia horizontal de genes, es decir la transferencia de genes a especies no emparentadas, por infección a través de virus y por intermedio de partículas de ADN presentes en el ambiente que se han pegado a la célula, o por medio del cruzamiento inusual entre especies no emparentadas. Es posible que el uso abusivo de antibióticos en la cría intensiva de animales y en la medicina, junto con la nueva práctica de la ingeniería genética a escala comercial, sean los principales factores que en los últimos años han contribuido a la rápida propagación de la resistencia múltiple a los antibióticos entre agentes patógenos nuevos y antiguos.


Muchos de los genes que están siendo insertados en los cultivos de alimentos nunca antes habían integrado la dieta humana y nadie sabe realmente cómo afectará esto a nuestra salud en el mediano y largo plazo.


Diversos estudios científicos aducen que los alimentos manipulados genéticamente pueden provocar alergias, intoxicaciones, alteraciones nocivas del valor nutritivo, resistencias a los antibióticos y alteraciones del sistema inmunológico.


* Riesgos económicos


El proceso de concentración feroz que está ocurriendo en el campo de la ingeniería genética dejaría a los productores y a las economías de los países del Sur a merced de una o dos trasnacionales, que amparadas en el marco legal de los derechos de propiedad intelectual contemplados primero en el GATT y ahora en la OMC (Organización Mundial de Comercio), se convertirían en dueñas de las fuentes de la seguridad alimentaria de nuestros países.


* Riesgos comerciales


Es importante señalar la fuerte presión que están ejerciendo sectores cada vez más numerosos de consumidores europeos que rechazan los productos transgénicos.


En el caso de Uruguay, que podría tener un importante nicho de mercado como "país natural", vería eliminada esa posibilidad en caso de aceptar los productos transgénicos. Si las vacas uruguayas son alimentadas con soja y maíz transgénico, quedaría destruida la imagen de país natural y se perderían posibilidades comerciales interesantes, además de las consideraciones económicas ya expuestas.


Cultivos de maíz transgénico, por ejemplo, pueden contaminar con su polen a cultivos normales a kilómetros de distancia por lo que no es necesario que se cultiven grandes superficies para poner en riesgo los cultivos de la zona.


Las abejas que cosechen su miel y polen sobre cultivos transgénicos pueden verse afectadas y además nuestra miel perdería imagen como producto natural.


* Riesgos sociales


El uso de la ingeniería genética en la agricultura puede aumentar la producción (por un tiempo), pero a la vez reducir el empleo.


El aumento en el uso de agroquímicos pondrá en peligro la salud de trabajadores y productores que aplican los productos.


Antes de permitir que la industria de la biotecnología y la comunidad científica empujen a la sociedad de cabeza a la revolución tecnológica, los pueblos deben pasar cuidadosa revista a las cuestiones ambientales, económicas y éticas de largo plazo que plantean los cultivos transgénicos.


Hoy resulta claro que la comercialización de la tecnología nuclear y petroquímica, se hizo sin antes resolver las cuestiones "pesadas" del impacto último de esas tecnologías. Como resultado, nos vemos enfrenados ahora a una gran cuenta ambiental y social, que incluye residuos nucleares no desechables, depósitos de residuos tóxicos, lluvia ácida, el "efecto invernadero", el cambio climático, el agotamiento de la capa de ozono, por citar algunos.


Los dirigentes deben aprender de estos errores y plantearse las preguntas antes de que el daño ya esté consumado. Por otro lado, las personas tienen el derecho a estar debidamente informadas y decidir qué es lo que quieren consumir, por lo que el etiquetado de los productos de origen transgénico es un imperativo que forma parte de un derecho básico.


RIESGOS DE PERDER NUESTRA SOBERANÍA ALIMENTARIA


La soberanía alimentaria es un derecho fundamental de los pueblos.


La soberanía alimentaria es el derecho de cada pueblo de controlar y decidir soberanamente sobre toda la red alimenticia, desde la producción hasta el consumo, para obtener la autosuficiencia alimentaria. Dado que la soberanía alimentaria se basa en el control de todo el proceso productivo por parte del productor, resulta claro que el control sobre la semilla debe ser el punto de partida para lograrla. En el caso de los transgénicos, la semilla se convierte en propiedad exclusiva de las empresas que la producen.


La defensa de la Soberanía Alimentaria se traduce en la capacidad de autoabastecimiento primero de la unidad familiar, luego de la localidad y por último del país, mediante el control del proceso productivo, de manera autónoma. En ese marco, el tema central para a ser garantizar el acceso físico y económico a alimentos sanos y nutritivos.


Para garantizar la soberanía alimentaria, es necesario que haya una promoción y recuperación de las prácticas y tecnologías tradicionales, que aseguren la conservación de la biodiversidad y la protección de la producción local y nacional. Sin embargo este derecho está siendo erosionado por las políticas económicas neoliberales que se están imponiendo en nuestro país a través de los acuerdos de libre comercio, que impulsan políticas agropecuarias orientadas a la exportación. Cada vez más nos vemos obligados a producir más para la exportación, e importar más para comer.


RIESGOS DE PERDER NUESTRA SEGURIDAD ALIMENTARIA


Los cultivos transgénicos colocan al agricultor frente a una tecnología que no puede controlar. Su producción queda a merced de empresas transnacionales, que controlan la tecnología y los insumos (agroquímicos y semillas) sujetos a derechos de propiedad intelectual.


Los agricultores que compran semillas transgénicas, se ven obligados a firmar convenios que los atan al productor de las semillas. La empresa tiene el derecho de inspeccionar los campos por un tiempo determinado para ver si los agricultores están guardando semillas, una práctica tradicional que ha asegurado la soberanía alimentaria en los últimos 10.000 años. En los últimos contratos de Monsanto (la mayor empresa productora de semillas transgénicas en el mundo), la resolución de conflictos se realiza mediante comités de arbitraje, negándosele al agricultor el poder acceder a los canales legales regulares.


Muchas agencias intergubernamentales dicen que el problema del hambre en el mundo se debe a la escasez de alimentos, por lo que urge incrementar la producción. Este es uno de los argumentos utilizados por los propulsores de los cultivos transgénicos. Urge, dicen ellos, incrementar la productividad por medio de desarrollar cultivos que sean más productivos, que puedan ser resistentes a suelos erosionados, secos o a plagas.


Sin embargo, tales argumentos no resisten el menor análisis y menos aún en Uruguay, donde abundan los alimentos (que se exportan), mientras el hambre crece a escalas nunca vistas. El problema no es que el país no produzca suficientes alimentos, sino que la población no puede acceder a los mismos. En nuestro caso, los transgénicos existentes (soja y maíz) no se están cultivando para cubrir las necesidades alimenticias de la gente, sino para dar ganancias a las empresas involucradas en el proceso.


EL RIESGO DE QUE NOS PASE LO MISMO QUE A ARGENTINA


El cultivo transgénico más extendido es la soja con resistencia al herbicida Round Up (soja RR). La modificación le permite al agricultor usar una mayor cantidad de herbicida, lo que significa una ventaja al productor del químico (que es el mismo que vende las semillas), y no al agricultor y mucho menos al consumidor


Además, la soja sembrada no está destinada para alimentación humana directa, sino para ser usada como alimento animal y procesamiento, pero básicamente es producida para la exportación.


En Argentina, donde no se consume soja de manera tradicional, se han sembrado millones de hectáreas de soja RR.. Estos cultivos se han extendido a expensas de otros que sí se relacionaban con la alimentación de la población.


En Argentina existen más de 20 millones de hectáreas de monocultivos, lo que equivale a una superficie superior a la del territorio de Uruguay. Estas han quedado en manos de apenas 2000 grandes empresas, conviviendo con otra Argentina que teniendo 35 millones de habitantes, registra 15 millones de pobres y más de 4 millones de indigentes. Aunque se han dado los récords históricos de exportaciones, se importa más del 50% de los alimentos que se consumen. Por eso en Argentina se habla de una agricultura sin agricultores. En los últimos años, los pequeños productores han sido expulsados del campo. La unidad agrícola mínima para poder sobrevivir en el campo ha pasado de 250 a 340 hectáreas.


Una de las propagandas a favor de la agro-biotecnología es que ésta reduce el uso de agroquímicos, y por lo tanto es ambientalmente benéfica. La realidad en Argentina es otra. En la campaña 1991/1992, se utilizó un millón de litros de glifosato (Round Up). En 1998/1999 su consumo alcanzó a cerca de 60 millones de litros. Hoy se habla de 70 millones de litros, un promedio 2 litros de glifosato por habitante.


En Argentina, gracias a la fertilidad de la Pampa húmeda y la rotación agrícola-ganadera, se aplicaba 6 Kilos/há de fertilizante (en comparación con 100 kilos en EE UU y 250 en Francia). Hoy, con la ruptura de ese modelo, el uso de fertilizantes ha aumentado, constituyendo un nuevo foco de contaminación ambiental, y otra limitante para el pequeño productor.


Por otro lado, pese a una cosecha récord, los productores argentinos están siendo afectados por los precios más bajos para sus cosechas en los últimos 30 años y los costos de producción más elevados en el cultivo de soja en ese país.


Lo dicho: que no nos pase lo mismo que a Argentina. Todavía estamos a tiempo.



Quino y la comida en el siglo XXI
ilustración publicada en Revista Viva
Diario Clarín, Argentina, Abril de 2002

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