sábado, 16 de marzo de 2019

Así nos envenena la industria alimentaria

Somos víctimas de un mundo de contradicciones en el que conviven desgarradoras hambrunas con incontrolables pandemias de obesidad; en el que la escasez de alimentos se explica como consecuencia de un reparto premeditadamente desigual. Un mundo donde la enfermedad es el negocio más rentable y una alimentación adulterada el camino elegido por las élites para consolidarlo.

¿Silencian los poderes públicos la toxicidad de algunos alimentos de consumo masivo? ¿Contiene nuestra comida aditivos que estimulan artificialmente el apetito creando una incontrolable adicción? ¿Sabemos qué efectos tiene la transgenia y la nanotecnología aplicada a la industria de la alimentación? ¿Por qué ante un riesgo potencial se vulnera sistemáticamente el principio de precaución? ¿Han perdido en las últimas décadas calidad nutritiva las materias primas como consecuencia del agotamiento de los terrenos y la voracidad de los métodos productivos? ¿Está planificado el patológico empobrecimiento de nuestra alimentación de cara a un mejor control del mercado y a la generación de pandemias que provoquen legiones de enfermos crónicos dependientes de fármacos «clave»?
Más allá de toda duda, lo que llamamos «mercado», concentrado en pocas manos, especula con nuestra comida y salud, alentando prácticas dañinas para el medio ambiente y mortales para nosotros, comprando las voluntades de nuestros gobernantes y engañando descaradamente mediante millonarias campañas de desinformación

DOLENCIAS Y ALIMENTACIÓN
Las respuestas a estas preguntas son como poco alarmantes, sobre todo teniendo en cuenta que los países desarrollados producen el doble de comida de la que necesita la población mundial para alimentarse, mientras cientos de miles de personas mueren de hambre cada año.
Los emporios industriales del fármaco y el alimento parecen caras de una misma moneda, con tentáculos y ramificaciones indetectables que les permiten modelar de la forma más rentable a sus intereses lo que cultivamos, lo que comemos y cómo lo hacemos, e incluso las enfermedades que nos provoca nuestra insana alimentación, que luego tratamos de recuperar mediante fármacos, algunos de los cuales nos generan otras dolencias que, a su vez, hemos de paliar con nuevos fármacos.
Vivimos atrapados en un círculo vicioso del que resulta casi imposible escapar, donde la causa y la solución paliativa comparten origen. A las sustancias nocivas que contaminan lo que comemos, como metales pesados, pesticidas, fertilizantes o antibióticos, se suma la permanente desnaturalización y merma nutricional provocada por los procesos de refinado y transformación de los alimentos en su camino hasta nuestras mesas, contribuyendo a un lento pero eficiente deterioro crónico de nuestra salud. La mecánica es tan sibilina que enfermamos sin apenas darnos cuenta, y lo hacemos de patologías de las que generalmente tardaremos mucho tiempo en morir, ya que la industria del medicamento se encargará de mantenernos lo suficientemente sanos como para que podamos seguir malnutriéndonos mientras lo compensamos con nuestra medicación de mantenimiento. ¿Exageramos?

LA GRAN CONSPIRACIÓN
Una rápida consulta al ranking de los medicamentos más vendidos en los últimos años, independientemente del organismo o consultoría que elabore el listado, sitúa indefectiblemente a productos para el control o tratamiento de la diabetes, el colesterol, la obesidad, la hipertensión o trastornos cardiovasculares entre los que conforman el top ten. Hablamos, por si el lector no se ha percatado, de patologías directamente relacionadas con una alimentación desequilibrada, completamente descompensada desde el punto de vista nutricional, en la que predomina el consumo de alimentos precocinados y refinados, ricos en hidratos de carbono simples, grasas animales, aceites de pésima calidad vegetal, sal y todo tipo azúcares encubiertos.
Alimentos que, curiosamente, constituyen el grueso del negocio de la industria del ramo. Empecemos con un aperitivo. En 2015, de acuerdo con la consultora IMS Health, la insulina inyectable Lantus ocupó el tercer lugar, y el anticolesterolémico Crestol el quinto, con un montante en ventas de ambos cercano a los 18.000 millones de euros. ¿Qué tal si ampliamos el rango? Entre los años 1997 y 2011, el Lipitor y sus diferentes marcas comerciales ofrecidas contra el colesterol generaron 100.000 millones de dólares de beneficios. Se convirtió en el medicamento más vendido del mundo hasta su conversión en genérico en 2012.
Muchos lectores pueden pensar que cuando se liberan las patentes de un medicamento para que puedan producirlo otras farmacéuticas su margen de beneficios se redice considerablemente. Pues no. Por ejemplo, en la lista de genéricos más vendidos en 2015 en España, tres anticolesterolémicos estaban entre los cinco más vendidos
(Año Cero)

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