El cuerpo humano no puede elaborar los ácidos grasos omega por sí mismo. Por eso, se los llama “esenciales” y debemos incorporarlos a través de la alimentación y de manera balanceada.
El ácido graso omega 3 (ácido alfa-linolénico) ofrece una variedad de usos terapéuticos potenciales. Mantiene bajos los niveles de colesterol y triglicéridos en sangre. Tanto el omega 3 como el omega 6 (ácido linoleico), son ácidos grasos poliinsaturados que reducen el colesterol sanguíneo a diferencia de la mayoría de los saturados que aumentan el colesterol LDL o “malo”. Por lo tanto, también disminuyen el riesgo de enfermedades cardiovasculares y evitan la hipertensión arterial. La grasa láctea es uno de los ácidos grasos saturados. Sin embargo, las leches que contienen omega 3 y 6 contienen menos de esa sustancia y más de ácidos grasos monoinsaturados y poliinsaturados.
El omega 3 también actúa como agente antiinflamatorio, lo que resulta muy beneficioso para personas con artritis reumatoidea y lupus. Ayuda a prevenir el glaucoma, la esclerosis múltiple, la diabetes, las migrañas, la depresión, el trastorno bipolar, los ataques de pánico y la agorafobia. Se estudian aún sus propiedades curativas para el cáncer, la esquizofrenia, los trastornos de hiperactividad y déficit de atención, y la demencia. Es vital para el buen funcionamiento de la vista y el cerebro. El metabolismo de omega 3 y 6 puede influenciar sobre muchos aspectos del desarrollo cerebral.
Además de proteger el corazón y el cerebro, el omega 6 tiene un rol fundamental en el crecimiento. Según la OMS, la relación entre ambos omegas deber ser entre 5 a 1 y 10 a 1 (omega 6/omega 3).
Extracto de Revista “Salud Alternativa”.
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