viernes, 3 de febrero de 2012

Alimentos que previenen enfermedades

Los llaman "funcionales". Son productos modificados o con agregados de componentes con efecto terapéutico probado. La mayoría actúa sobre los sistemas cardiovascular o gastrointestinal.

Un yogurt que previene infecciones intestinales y fortalece el sistema inmunológico. Una leche que ayuda a bajar el colesterol o a disminuir la pérdida de calcio. Un pan que permite bajar las probabilidades de desarrollar cáncer de colon. Un chicle que, además de combatir la placa bacteriana, limpia los dientes... Una nueva generación de alimentos está haciendo furor en el Primer Mundo y empieza a ganar terreno en las góndolas argentinas: bautizados "funcionales", son productos que, además de nutrir, aportan beneficios para la salud. Según los especialistas, son la novedad más revolucionaria y prometedora en materia de nutrición. 

La historia de este nuevo segmento de la industria alimentaria suma apenas 20 años. El pionero fue Japón, que ya tiene unos 350 productos autorizados. Le siguió Estados Unidos, hace una década, y en Europa los desarrollos tienen menos de cinco años.


"A mediados de los 80 se empezó a reunir evidencia científica sobre la capacidad y potencialidad de algunos alimentos de contener componentes bioactivos que resulten beneficiosos para alguna función del organismo. Así surgieron los alimentos funcionales, productos que se despegan de lo exclusivamente nutritivo y suman otros beneficios: promocionan la salud, mejoran el bienestar general y disminuyen la posibilidad de que aparezcan o avancen enfermedades crónico-degenerativas", explica la doctora Margarita Olivera Carrion, titular de la Asociación de Tecnólogos Alimentarios.

La mayoría de los productos desarrollados hasta el momento actúan sobre los sistemas gastrointestinal y cardiovascular. Por eso en el Programa de Prevención del Infarto de la Universidad de La Plata ven en los alimentos funcionales un aliado para combatir una de las principales causas de muerte del país. "No son suplementos dietarios ni de alimentos light, son comestibles comunes que tienen una bonificación adicional para la salud porque actúan de forma beneficiosa sobre determinadas funciones del organismo", dice la bioquímica Graciela Peterson, directora del Area de Nutrición Básica.

En "castellano", podríamos traducir a los funcionales como alimentos "retocados": aquellos a los que se les añade un componente con un efecto terapéutico probado, se les potencia algún ingrediente para hacerlos más saludables o se les quita algún elemento tóxico o nocivo.

"Los alimentos con propiedades para prevenir enfermedades, tratarlas o promocionar la salud se multiplicarán en los próximos años por dos razones: el mercado ve en ese rubro un nicho prometedor y la gente necesita y desea cuidar su salud y envejecer mejor. Muchas personas están dispuestas a comprar una leche o un yogur que, aunque cueste más, les aporte algo más allá de lo nutritivo", dice la doctora Mónica Katz, especialista en Nutrición de la Fundación Favaloro.

En los países del Primer Mundo la oferta de alimentos funcionales es amplísima. En Argentina ya se venden leches, yogures, panes, aceites, postres infantiles, atunes, galletitas, huevos, pastas, milanesas de carne y soja, dulce de leche, mieles y alfajores. Y pronto desembarcarán un pan francés con omega 3, 6, 9 y fitoesteroles, tapas de tartas y empanadas, aceite de pescado (aporta omega 3, fibra y fitoesteroles), pan de avena con omega 3 y 9 y fitoesteroles y postres (cheese cake y mousse) con omega 3, 6, 9 y fibra. "Los alimentos funcionales no son mágicos ni son un medicamento. Deben ser consumidos como parte de la dieta habitual e incorporarlos a un contexto de hábitos saludables, que incluya alimentación equilibrada y actividad física. Los efectos son a largo plazo", aclara Olivera Carrión. 

La expectativa que genera este nuevo nicho es tal que importantes investigadores y empresas líderes la miran con interés. Hace un mes, por ejemplo, una compañía presentó en Buenos Aires el primer alimento simbiótico argentino, desarrollado por científicos del Conicet. 

"En unos años habrá desde comidas que adelgacen hasta alimentos que prevengan la diabetes", anticipa Katz, pero advierte: "La duda es quién va a controlar y definir lo que pueden decir los rotulados, y cómo se establecerán las dosis máximas, porque por más beneficiosos que resulten algunos ingredientes, todos los excesos son malos. Se necesitará una mayor regulación y el Estado deberá exigir investigaciones serias de respaldo". El aval de las propiedades que promocionan tiene, además de justificaciones sanitarias, argumentos económicos: los alimentos funcionales son más caros que sus homólogos convencionales. 

El hecho es que los alimentos funcionales todavía no constituyen una categoría "formal" en el Ministerio de Salud de la Nación, ni tienen una legislación específica. "Es un tema que seguimos de cerca porque el segmento crece aceleradamente, pero por el momento no creemos que sea necesaria una normativa particular. Estamos evaluando qué caminos siguieron otros países y discutiendo posibilidades", dice Matías de Nicola, director del Instituto Nacional de Alimentos. 

No es futurología. La "cuarta generación de alimentos", como los llaman, llegó para quedarse. Y con propuestas que hasta suenan alocadas: ya hace furor, por ejemplo, el chicle con xilitol, un tipo de azúcar con propiedades antimicrobianas que, además de prevenir la caries, ayuda a mantener limpios los dientes.

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