jueves, 5 de septiembre de 2013

La alcachofa

La flor de la alcachofa protege el hígado, el corazón y los riñones gracias a su poder depurativo. En la mesa cautiva con un sabor exquisito entre dulce y amargo. La alcachofa es un alimento con poder alcalinizante gracias a su riqueza en minerales como calcio, magnesio y potasio, fibra y vitaminas. Una ración de unos 200 gramos procura un 33% del fósforo que precisa el organismo al día, un 18% del potasio, un 15% del magnesio y un 13% del calcio. Aporta asimismo vitaminas del grupo B –como B1, B6 y ácido fólico– y algo de vitamina C. Sin embargo, la alcachofa destaca sobre todo por una serie de sustancias que se encuentran en cantidades muy pequeñas pero de notables efectos fisiológicos, como la cinarina, que ayuda a proteger el hígado, o la inulina, una fibra que reduce la concentración de azúcar en la sangre tras las comidas y que favorece el equilibrio de la flora intestinal. Depurativa y digestiva La alcachofa, comida con regularidad, puede activar las funciones enzimáticas de las fosfatasas, carboxilasas y oxidasas (la oxidación de las grasas y el paso de cisteína a cistina transcurre más rápidamente), acelera la disociación de muchos peróxidos (radicales libres que deterioran las células), colabora en la absorción de las vitaminas del grupo B, favorece las funciones hepáticas y renales, es antiartrítica y ayuda a desintoxicar el organismo. Está también especialmente indicada en regímenes adelgazantes. La alcachofa es, además, una hortaliza muy digerible y bien tolerada, excepto por aquellas personas con tendencia a las fermentaciones intestinales. Todo lo anterior la hace muy indicada en los trastornos hepáticos y biliares, pero también en los casos siguientes: Alteraciones renales. La alcachofa incrementa la diuresis y la excreción de urea (sustancia tóxica que se produce en el organismo como resultado del metabolismo de las proteínas y que debe eliminarse con la orina). Cuando se altera la función renal, el nivel de urea aumenta en la sangre y puede originar dolorosos ataques de gota. También es útil contra la retención de líquidos con oliguria (producción escasa de orina). Colesterol. Disminuye la tendencia del colesterol a depositarse en las paredes de las arterias, por lo que ejerce un efecto preventivo de la arteriosclerosis. Diabetes. La alcachofa es hipoglucemiante y rica en inulina, un hidrato de carbono fácil de asimilar por los diabéticos. Afecciones de la piel. Muchas dermatitis desaparecen o mejoran tras estimular los procesos de desintoxicación hepática. El consumo de alcachofas puede mejorar afecciones crónicas de la piel. En definitiva, la alcachofa es una hortaliza de múltiples usos terapéuticos y culinarios. Solo habrá que tener en cuenta algunas cosas para evitar su deterioro: conviene evitar los hervores prolongados, pues la sobrecocción afecta a su sabor y textura. Y, una vez cocida, tampoco debe guardarse porque la coloniza un hongo de color grisáceo llamado bremia, que podría resultar nocivo para la salud. Estrella en la mesa La alcachofa es una hortaliza que exige cierto trabajo en la cocina; hay que cortarle parte de la base y las puntas duras, arrancarle las hojas exteriores más fibrosas y, a veces, eliminar la pelusilla del interior. Su sabor delicado, entre amargo y dulzón, y sus singulares propiedades culinarias, la convierten en un ingrediente ideal para crear platos festivos y suculentos. Los corazones o fondos de alcachofas son un ejemplo, y se pueden preparar con un sinfín de rellenos distintos. Para cocinarlas al horno, basta con cortar el tronco, eliminar algunas hojas externas y condimentarlas con ajo, sal o unas gotas de limón o tamari, que se introducen en el interior abriéndolas ligeramente. Para que no se resequen se agrega un poco de agua o caldo y un chorrito de aceite de oliva. El tiempo de cocción resulta difícil de precisar. Para saber si están en su punto se arranca una hoja externa: si se desprende con facilidad, ya pueden retirarse del horno.

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