viernes, 25 de diciembre de 2009
Inteligencia nutricional:
Nuestros abuelos tenían menos dudas que nosotros a la hora de escoger su comida. En un mundo con pocas comunicaciones, las familias se alimentaban de los frutos que daba la tierra, cosechados en su punto de madurez y conservados sin refrigeración. Había que ser autárquicos y eso implicaba no gastar más energía en producir un alimento de la que éste suministraría después al cuerpo. Los cereales y las legumbres aportaban la energía y las proteínas básicas. El pan no se tiraba nunca, y las sobras permitían criar animales sin recurrir a químicos y fármacos que contrarrestasen las enfermedades del hacinamiento. Por eso a nadie se le ocurría hablar de alimentación “natural”. Ese adjetivo, simplemente, estaba de más.
La dieta del ciudadano moderno es bien distinta: alimentos envasados, producidos en serie, embalsamados con aditivos... exceso de café, azúcar, carne, grasas desnaturalizadas... En la práctica, miles de opciones para alimentarse, desde lo natural a lo más artificial, de lo más próximo a lo más exótico. Y en la teoría, decenas de libros, aficionados y expertos diciendo qué comer y qué no, a menudo con notorias contradicciones entre ellos.
Comer con el cerebro:
Miguel Sánchez Romera, neurocirujano y prestigioso cocinero, afirma que “el cerebro es el principal órgano de la digestión”. Según este neurólogo, se come con los cinco sentidos, especialmente con el olfato, que tiene una poderosa línea directa con el cerebro. Pero también con la memoria y con la emoción, porque en el acto de comer participan desde el córtex racional hasta el cerebro emocional y otras
zonas donde se almacenan los recuerdos. Por eso considera, “muy importante la actitud del cerebro hacia la comida”.
Muchos adultos han perdido la sensualidad, la capacidad de disfrutar a fondo, al menos en lo que respecta a la comida. Esta capacidad es instintiva en los bebés. Doce horas después de haber nacido, y sin haber probado aún la leche materna, el bebé reacciona con satisfacción cuando se le pone en la lengua una gota de agua azucarada. Experimentar placer al comer hace que los alimentos tengan un efecto más beneficioso. Valorar tanto el placer que proporcionan como sus efectos sobre la salud, cuidar la preparación de los platos, deleitarse al saborear cada bocado, celebrar la comida en compañía... son aspectos tan importantes para la nutrición, como el conocimiento de la composición de los alimentos o el número de calorías que aportan. Transformar el comer en un momento de alegría, creatividad y placer no es difícil. Sólo es necesario un poco de voluntad y el deseo de mejorar la calidad de vida.
Extracto de Revista “CuerpoMente”.
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